Mundial hermano

La campaña de Iberia, sin mencionar a España juega con la identificación del fútbol con la nación a la que representa.
Una nación es, entre otras cosas, una comunidad política imaginada. Todos sus habitantes se figuran formando parte de un territorio con unas fronteras, una cultura y una tradición comunes. Lo dijo Benedict Anderson. Cualquier recurso que consiga a visualizar esa comunidad, sacarla del mundo de las ideas y ponerla en la calle contribuye a crearla.
 Las costuras con las que se ha construido España, como nación y como patria, son hilvanes que se descosen por varios territorios y, en el resto, pasan por fases expansivas o depresivas que perjudican a la idea común. Por eso, si hay algo capaz de darle cuerpo mortal a esa patria, se promociona y se ensalza como un artículo de primera necesidad. Una prioridad nacional. El fútbol, por ejemplo.
En el año 2008 la selección española cambió una larga historia que daba para poco presumir y, hasta la fecha, se convirtió en la mejor del mundo. Justo en el momento en que empezaban años terribles en los que la alianza de la crisis económica e institucional debilitaban a la nación vieja, el fútbol ofrecía alternativas, refugio para los desahuciados, cambio para los bonos basura. Una patria alternativa en la que no sufrir pobreza energética ni movilidad exterior, donde ser superpotencia.
Un Estado-nación sustituido por un equipo-nación. El lugar donde van a confluir todas las identidades simbólicas nacionalistas y que, en España, se presenta más unido para el caso del fútbol que para el de la patria tradicional. Se hace realidad, al menos, cada dos años. Si hay victoria, claro.
Pero el fútbol es, ante todo, una realidad paralela. Como patria es un personaje televisivo llamado “La roja” que bebe de los códigos del resto de personajes que pueblan hoy día ese medio. Un lugar donde Belén Esteban es una escritora de éxito, Cecilia Giménez, la restauradora del Ecce Homo de Borja, una gran pintora, Paquirrín un cantante de mérito, y Jorge Javier Vázquez el ganador de un Premio Ondas.
Cada cuatro años esa realidad alcanza su mejor expresión en el Mundial de fútbol que, como competición deportiva de mayor seguimiento planetario, es el padre de todos los reality shows que en televisión han sido. Todavía hoy, en Brasil 2014, sigue demostrando que responde a sus códigos y está hecho según sus protocolos más tópicos: encierro y aislamiento de los protagonistas que pasan a tener su vida televisada durante un mes; eliminación progresiva de los nominados; participación del público, en este caso matizada por la FIFA pues, como en todo reality que se precie, hay guión (que se lo pregunten a Croacia).
            Normalmente las selecciones llegan al Mundial con el espíritu del buen concursante de reality: por si se perdiera, no conviene decir de forma directa que se viene a ganar sino a conocer gente y a ser uno mismo. La copa no se mira, no se toca.
De estas tres posibilidades (ganar, ser uno mismo y conocer gente) a la selección española casi siempre le había tocado la tercera. Se iba con las manos llenas de amigos y nada más. Incluso ser ella misma, antes de la invención del tiqui-taca, le costaba dios y ayuda. Ni ella misma sabía lo que era. A qué estaba jugando.
Desde la triple corona el mundo es otro. Lleno de banderas rojigualdas, de héroes recibidos por las calles y en palacio y de acontecimientos aprovechados astutamente para usar a la patria del fútbol como cemento del Estado-nación, que vive horas de una confusa mudanza donde nadie sabe a qué dirección enviar los muebles.
Pero se transita por el filo de una navaja barbera. La patria del fútbol sólo sirve mientras hay victoria. Y a eso se apuesta en cada campeonato. Así empezó todo en éste de Brasil, en retransmisiones que se recrearon lustrando laureles, evocando glorias, repitiendo el gol de Iniesta en el Mundial 2010, “momento histórico” para los comentaristas. Iberdola les daba buena energía, luego Guillette alma de acero y Cruz Campo todos los corazones posibles.
En vano. Holanda fregó el suelo con nuestros campeones en el primer partido del Mundial. A lo peor, La roja tiene que abandonar la casa del Gran Hermano brasileño antes de tiempo para ser escarnecida en triste periplo por esos inmisericordes platós, llenos de tertulianos bocazas dispuestos a decir cualquier bajeza a tanto el insulto.
Cuidado, que la única patria indiscutible ha sido nominada. De momento, tendrá que mudarse a la isla de Supervivientes.

España Rasca

            Que el fútbol es un factor de unidad política en torno a causas nacionales parece algo sin discusión. Ya lo sabe hasta el mismísimo Ministerio de Asuntos Exteriores, cuya Oficina de Análisis ha despachado un denso informe titulado El éxito del fútbol español; clave geopolítica y potencial diplomático.
            Esta letra suena a la música de la “marca España”. El citado informe compara el potencial de la selección española como el de la brasileña, por su capacidad de logros en la cohesión nacional, la mejora de la imagen de España o el apoyo a causas altruistas. Pero en este análisis hay demasiada marca y muy poca España.
            Esta Transición política que ahora se cierra, bailó muchas veces según la música que tocaban desde los nacionalismos vasco y catalán, mientras el nacionalismo español, despreciado por la izquierda y metido en el armario por la derecha, quedaba ausente. Se reconoció la existencia de varias naciones, lo que no es malo ni bueno, pero tiene un problema: ¿cómo nombrarlas a todas cuando el nombre de una, siendo el de todas, no es reconocido por el resto? Es decir, y por resumir, que si se dice España no vale.
       Ese nombre fue sustituido por “el Estado español” construcción epidérmica de raíz franquista, o por giros coloquiales (otra vez de moda) como “este país” o incluso “Madrid”. Nunca España. Y aquí llegamos al fútbol. La capacidad que el fútbol tiene para hacer visible a España fue un peligro. Se hacía nación jugando y se la sacaba del armario en cada estadio. Y si se ganaba era peor.


            Y ahora llegamos a la marca. No fue la marca España sino “La Roja” la que ganó el consenso para no molestar. Decir España era decir demasiado. Había que buscar un sinónimo comercial que hiciese alusión a lo que estaba debajo, pero sin nombrarlo. Así nació La Roja, dicen que en parto asistido por Luis Aragonés en el año 2004. Sea como fuere, logró sus propósitos. Es la famosa marca España pero sin España. Cualquier producto que se precie, de esos que nos inundan aprovechando el arrastre del Mundial lo tiene claro, lo respeta y, lo que es más importante, así vende.
            En esta ocasión la ONCE madrugó más que nadie. Ya le había dedicado en 2013 un billete a Vicente del Bosque y desde el 5 de marzo de este año, con permiso de la Federación Española de Fútbol dio la entidad empezaba a emplear la imagen de la selección en uno de sus “rascas”. Mucho dinero en juego por sólo dos euros de nada.
            Pero claro, como nombrar a España “rasca” bastante, el producto en cuestión fue bautizado como el “rasca de La Roja” que, rascando más, rasca menos. Así se lanzó, con himno y todo, adaptando la misma música de “Yo Te Quiero Dar” que usaban los tenistas de la Davis a una letra de este tenor:

Lo damos todo por estos jugadores,
lo damos todo por nuestra selección,
la camiseta más grande de este mundo,
se gana con La Roja, el once campeón.
Por eso yo te quiero dar, Roja, mi corazón.
Tú me diste lo más grande, yo te doy mi ilusión.



La Roja es España, pero no toca nombrarla. Eso sí, la ilusión de la ONCE le puede tocar a cualquier apostante que tenga mayor fortuna que Jesús Navas, uno de los jugadores que aparece en su publicidad. A él que le tocó el Rasca de La Roja, pero no le tocó ir al Mundial con la selección española de fútbol.
No es lo mismo.

La tricolor

        Acaba de suceder en España una de esas cosas que se leen en los libros de historia: el rey ha abdicado. Hasta nombrarlo es difícil pues, dicen los manuales que el verbo abdicar, o sea ‘ceder un monarca la soberanía sobre su reino’, varía su construcción si es transitivo o intransitivo.

El verbo de marras, ya transitivo ya intransitivo, acaba de abrir un proceso de la mayor complejidad en este preciso momento. La caja de todos los truenos y todas las reivindicaciones sobre lo que estaba atado y bien atado hasta conformar un sistema estable: el modelo territorial, la forma de Estado, el reparto de poder de los partidos políticos, la Constitución…. En medio de la aún muy viva crisis económica e institucional, procesos soberanistas y terceras repúblicas se vislumbran por doquier en forma de enseñas y banderas. La Transición ha muerto, ¡viva la Transición!
El discurso de abdicación de Juan Carlos I tal y como lo sirvieron las cámaras de Telecinco.

La nueva transición es naciente e incierta y poco podemos decir ahora, salvo, eso sí, que como aquí hablamos de fútbol (más o menos) éste se nos aparece por debajo de los sesudos análisis. Politólogos, comentaristas y entendidos llegan ahora a la conclusión de que el momento de abdicar ha sido elegido porque en él se citan dos factores estratégicos: el aún dominante bipartidismo y la estabilidad que, desde hace casi 40 años, viene identificándose con monarquía. Tal vez si se hubiese esperado, esa hegemonía de dos ya estaría rota, o el sentimiento republicano tan crecido que sería difícil tomar esta decisión y cualquier otra.
Qué razones tan sabias y qué fechas tan oportunas haciendo coincidir, casualmente, el trámite para tener nuevo Rey y el Mundial de fútbol. Dicen que Felipe VI será proclamado rey de España el día que la selección juega contra Chile (18 de junio). No en vano Mariano Rajoy soltó la bomba de la abdicación y, de inmediato, se fue a despedir a la selección del fútbol con un mensaje del Rey Juan Carlos I lanzado como la despedida a un batallón expedicionario que partiera para Ultramar.
Desde que España es potencia ganadora, el fútbol siempre llega al rescate de la patria, para ayudar o sustituir a sus símbolos más queridos, para llenar el vacío de poder o servir de nexo de unión en la discordia. Hasta los detractores de la monarquía lo saben.
La firma madrileña 198, sin ir más lejos. Se dedica a vender algo así como merchandising republicano. Desde unos bonitos polos, que ya ha lucido Pablo Iglesias El Mozo, a guillotinas, de las de multiplicar por dos y por las cervicales a los reyes del Ancien régime.
Pero la joya de la corona, permítase el sinsentido, es una camiseta de la selección española de fútbol con los colores de la bandera tricolor republicana. De una gran calidad, 100% poliéster, y para todos los públicos hasta el XXL. Y lo más importante, es una camiseta con efectos retroactivos, ya que borda en el pecho sobre el escudo, la estrella de campeones del mundo conseguida en período monárquico.
Willy Toledo ataviado con la camiseta de la selección republicana de fútbol. Foto:unonueveocho.es

Olvídese de engorros inútiles. Destierre de su kit de manifestante todo aquello que reste movilidad. Con este sencillo complemento podrá reivindicar la Tercera, sin tener que llevar pesados mástiles o banderas gigantes. Haciendo que, como diría Cayo Lara, aquellos y aquellas que sientan la república se conviertan en hombre/mujer-anuncio con el reclamo más mediático, el fútbol. Y si, además, la prenda le sienta tan bien como al actor Willy Toledo, miel sobre hojuelas. Desde que don Juan Carlos ha salido por la tele agitando el pañuelo del adiós se han multiplicado las ventas. 
Fue Albert Camus el que dijo que patria es la selección nacional de fútbol. Pues su enseña, es decir la representación del modelo de Estado de esa patria, es la camiseta. La medida de todas las cosas. Aunque en este caso, por ceñirnos a los parámetros textiles, la camiseta más que medida es la talla de España. 
Así, a ojo, ¿cuál le calculan ustedes?
 

PODEMOS

Según Emilio Butragueño Florentino Pérez es un ser superior. No sé si habrá unanimidad en el diagnóstico, pero lo cierto es que no es un hombre normal. Es poderoso. Un personaje perseguido por el éxito profesional, capaz de las más altas empresas de nivel mundial, en la industria y en el deporte. Pero es falible. Nada humano le es ajeno. Vamos, que  también la pifia.
En Lisboa, sin ir más lejos. Su castellana compostura se quebró en el gol de Ramos, siendo eyectado del asiento por sus nervios, lanzando al aire 92 minutos de frustración en medio de un palco lleno de las más altas dignidades. No estuvo bien, pero era disculpable. Aunque la cosa se puso mucho peor cuando, en el gol de Bale que ya daba la victoria, totalmente libre de la marca de Mariano Rajoy, se fue en veloz galopada hasta la fila donde José María Aznar festejaba con no menor entusiasmo. Allí se fundieron en lo que podríamos llamar “el abrazo de Lisboa”.


Imágenes de RTVE donde se descompone la secuencia del "abrazo de Lisboa" mientras el gol sube al marcador en el tercer fotograma.

Como abrazo fue discreto. Poco más que un give me five neoyorkino, un choca esos cinco vallecano. Pero su significado era profundo. José María Aznar no es más que lo que fue: un ex presidente del Partido Popular, pero Florentino representa a muchos miles de aficionados del Real Madrid. Tal vez no todos simpaticen con ese presidente, sobre todo después de que el actual, del mismo partido, se declarara madridista confeso.
Pero, como hay madridistas de toda ley, quizá más de uno censure que esos segundos sean la palanca para volver la eterna leyenda negra del Madrid, la del equipo del gobierno, la del palco del Bernabéu lleno de ministros, donde los peor intencionados dicen que se decidían nombramientos o se repartía el embetunado de las carreteras. Ese equipo malvado que ceban sus enemigos, los mismos que se consolaron cuando Zapatero chocó los cinco de Joan Laporta en el 2009.
Mala cosa. Gesto feo. Florentino había perdido el tino, quedándose sólo en las florituras para la galería del Floren, tomando partido a la diestra. Y, cuando todo el mundo pensaba que la versión medieval del Real Madrid estaba poseyendo a Florentino Pérez, en ese mismo instante, juran los cronistas que todo el madridismo congregado en el estadio lisboeta fue un clamor gritando ‘’¡Podemos!’’. Allí estaba la mano izquierda del gran jefe, el arma secreta, usando para sí el que iba a ser eslogan triunfador en las elecciones del día siguiente. El de Pablo Iglesias el Mozo, ese que es tertuliano y no tipógrafo. Sí señor, apuntándose un tanto por la izquierda antes incluso de que la sorpresa hubiese llegado siquiera.
No se podía esperar menos de ese hombre singular, capaz de hacer que Ancelotti cantara mejor que Casillas. ¡Qué clarividencia! ¡Que premonición! Así, Florentino Pérez, poniéndole una vela a Dios y otra al diablo, rompía moldes y se quedaba con lo mejor de la derecha y de la izquierda. Además, por supuesto, de la décima que le había costado tantas novenas.


A ver si Butragueño va a tener razón…

España en Lisboa. La Europa que importa


Foto: Lavandeira Jr. para EFE.
El rey de España tuvo que viajar hasta Lisboa para darse un baño de multitudes. Lo necesitaba el día en que se enteraba por la prensa que Artur Mas, el representante del Estado español en Cataluña, pedía su ingreso en la francofonía. Había que viajar hasta Lusitania para encontrar mejor aprecio por las cosas de España.
Últimamente el rey viaja mucho en busca de la popularidad perdida y no tuvo más remedio que irse a Lisboa pues, en España, no acostumbra a ser aclamado en los estadios. Pero ayer sucedía algo histórico, en el Estadio da Luz disputaban la final de la copa de Europa dos equipos de la capital de España. Uno de los pocos lugares donde el rey puede sentirse arropado, en un acto público, siempre y cuando sean madrileños todos los asistentes. Y esa oportunidad histórica había llegado. Real y Atleti de Madrid se enfrentaban en la final de la Champions. Parecía un sueño.
Ambos equipos lucharon en Lisboa por la misma ciudad. Y esa ciudad era la capital de España. El hospitalario poblachón manchego que, en los últimos tiempos, sólo puede reivindicarse como capital del Estado en las ocasiones en que el balón está de por medio. Era, por tanto, una lucha fraternal. También una lucha encarnizada en la que, curiosamente, se compartieron símbolos. Cosa inédita en el fútbol, pero posible aquí ya que, las aficiones de ambos clubes tenían un factor común y utilizaban un símbolo compartido: la bandera de España.
La roja y gualda en el fútbol de clubes no suele utilizarse para animar sino para desanimar. Para humillarla frente a quien se siente representado por ella o para decirle a otros que no son españoles. Así que, por una vez, las aficiones se enfrentaron bajo la misma bandera, hasta que los escudos se fundieron. Leones rampantes, campos de gules, castillos de oro, barras de sangre, flores de lis, cadenas y columnas de plata. Escudos milenarios, flanqueados por los colores y los emblemas de dos equipos de fútbol disputando el mismo espacio de la enseña patria. Esa enseña es de los dos. Por una vez España no se discute. Tal vez sea esta la aportación de mayor repercusión de este partido. La imagen del jugador portugués y brasileño Pepe, con la bandera española anudada a la cintura, es un símbolo.
Eso y Lisboa sobre lo mar, como escribiría Joäo Zorro. La bellísima capital de un maltratado Portugal dando cuartel a más de 100.000 seguidores de los equipos de la capital de la maltratada España. Un símbolo más. La UEFA no tuvo la osadía de designar a un árbitro griego. Si lo hubiera hecho se habría formado la antitroika de los países subalternos de Europa, paganos de la crisis en años de desahucios y recortes. El Sur de Europa se cita en Lisboa justo el día antes de que los europeos, incluidos españoles y portugueses, deben acudir a las urnas de las elecciones europeas. Las de más flaco entusiasmo de la historia. Y ya es decir.
Como sucede en los últimos años con la marca Europa, la marca España está tocada por la desgracia, por la derrota. Sólo proyecta victoria y hasta unión en el fútbol. En esta final se pudo ver. España estaba en Lisboa. Jugando y viendo jugar al fútbol. Y mostrando ese espectáculo a varios cientos de millones de espectadores por todo el mundo. Lisboa era el centro de la única Europa que ahora parece importar.

Por cierto, ganó el Real Madrid. Que eso sí les importaba a unos cuantos.

Estamos en Lisboa. Avisos en portería.

Real y Atlético de Madrid. Dos equipos que se van pareciendo demasiado (Fotos: EFE y Atlético de Madrid).
O de como creerse los tópicos produce monstruos...
A Madrid le ha llegado un día de gloria, aunque todo pase en Lisboa. Es la primera vez que dos equipos de una ciudad se enfrentan en la final de la Champions. Acontecimiento planetario, venganza por lo de los Juegos Olímpicos, relaxing cup of café con leche in the Praça do Comércio… Perfecto, todo muy bien. Un caramelo histórico, pero puede envenenar a quien decida saborearlo hasta el final. Cuidado con ganar. A nadie le conviene.
Era Jorge Valdano el que decía que un equipo es un estado de ánimo, pero un club es la representación de un imaginario. En este blog se ha tratado en diversas ocasiones el caso del Real Madrid y el Barça, dos formas de ver España, toca ocuparse de los equipos de la capital: el Real y el Aleti son dos formas de ver Madrid, dos ciudades diferentes cuya rivalidad crece con la proximidad. Sus historias han tenido notables paralelismos. Si el Real fue fundado por catalanes, el Aleti lo fue por vascos, como delegación del Athletic de Bilbao. Si al Real se le ha acusado de ser equipo del gobierno, el Aleti, en su breve etapa de Altlético de Aviación, fue el equipo del régimen franquista. Pero hasta ahí. En las últimas décadas el imaginario que le han colgado a cada uno los diferencia y los identifica: un club señor, que es de los señores y un club sin suerte que es de los modestos. El talonario para el Real y la desgracia de ser pobre pero honrado para el Aleti.
Llega ahora el momento de decidir si esto va a seguir siendo así. Si el Aleti y el Real son dos imaginarios o uno solo. Si son la misma cosa o hay diferencias. A poco que se piense, la conclusión es venenosa. Una final al revés: ambos equipos deben perder. ¿Qué me he vuelto loco? No pierdan ustedes la calma y lean lo que sigue.
El Atlético de Madrid debe perder para ser fiel a sí mismo. No puede traicionarse ahora que está en el centro de los focos de todo el mundo. Debe perder para seguir siendo el pariente pobre de Madrid, el que malvive a la sombra de un club déspota de millonarios. Si no lo hiciera se convertiría en un club ganador y hasta rico, ya que sólo la plutocracia del fútbol llega a la final de la Champions según los estudios más recientes. Sería como el Real. Sin el romanticismo del débil, sin manera alguna de palmar, sin un Sabina que le compusiera un himno. Se borrarían las diferencias y los clubes de Madrid serían iguales. Tanta historia para esto. ¿Acaso ha desaparecido la distancia entre La Castellana y el Manzanares? El Atleti debe perder por la final contra el Bayern, por la misteriosa lesión de Gárate, por “la batalla de Glasgow”, por Babacan, por la cabeza del Mono Burgos asomando desde los infiernos, por años de derbis perdidos… ¿por qué somos del Aleti?
Por lo mismo, el Real Madrid debe perder la final. Para que el Atlético, ganando, se traicione. Ha ganado la Liga y esa teórica fortaleza lo debilita: está a punto de ser un club ganador, de los más grandes, de los pocos que pueden encadenar una Liga y una Champions en la misma temporada. De los más ricos. Esta victoria lo colocaría en el límite de pasarse al reverso tenebroso. Por eso el Real Madrid deber ayudar, está a un paso de quitarle toda la personalidad a su rival de la acera de enfrente. El Real debe perder para que el Atleti se quede sin ética y estética de club desgraciado, para que pase de matagigantes a gigante, para que no pueda argumentar el talonario de los otros, para que no sea El Pupas que mueva a la compasión y el halago. Para que al fin exista una razón para ser del Atleti y sea la misma que para ser del Real. Estocada mortal.
Lo tiene fácil, un pequeño empujón y el Aleti se despeñará por el barranco de la gloria. Morirá de éxito, pero morirá al fin. El Real se puede permitir no ganar la décima, precisamente ahora, quedarse tuerto, para que su eterno rival madrileño se quede ciego.
Por lo tanto, si la rivalidad es de verdad, si sienten sus colores, si quieren mantener su leyenda y hundir la del contrario, si aprecian en algo a su hinchada, deben perder. Es duro, sí. Nadie dijo que una final de la Champions fuera fácil, pero alguien tiene que hacerlo. En este caso ambos. No deben jugar por ganar sino por lo contrario.
Del resto, poco quedará. Más bien nada. Ni un gato por la calle. Madrid desierto. En la puerta de Alcalá se puede dejar un aviso como en la más castiza de las casas de vecindad de la más tópica de las zarzuelas: “estamos en Lisboa. Avisos en portería”.

Da igual que sea la portería de Casillas o la de Courtuois. En ambas darán razón.

Casillas tiene la culpa

Infografía sobre "Duelo a Garrotazos" de Francisco de Goya (imagen Museo del Prado)

Está mal decirlo esta temporada en la que el Atlético de Madrid (del que pronto hablaremos), con humildad y con bravura, le disputa todo a Real Madrid y Barça y gana la liga. Está muy mal, pero es cierto. En España el mundo del fútbol es cosa de dos. Y lo es porque el mundo del fútbol es mucho más que eso. Detrás de ambos equipos hay otras cosas, ocultas para asomar sin aviso previo agitando banderas anteriores a la invención del balompié.
Dos equipos y dos Españas. Enemigas machadianas que aportan siempre una explicación facilona para entender la patria leyendo en los posos del fútbol. Dos equipos, que representan el imaginario de dos territorios que ven España de dos maneras diferentes. O incluso que no la ven. Y, como cantaba la cupletista Marietina, en su nombre hasta se llega a la agresión.
¿Agresión? He aquí un asunto de hondo calado jurídico, pues hasta ahora ustedes tal vez estaban pesando que este escrito se dedicaba a cosas intrascendentes, a filosofía de fondo sur o a teoría de grada de preferencia. Nada más lejos de la realidad. Me he de referir a un hecho verídico, sucedido en Murcia para más señas.
            Fue hace dos años, en una taberna, cuando un aficionado del Real Madrid, zaherido por los comentarios burlones que un seguidor del Barça dedicaba a los jugadores de sus desvelos, le tapó la boca, de palabra y obra, al grito de ¡bocazas! Maltrato de obra y 75 euros de multa que acaba de pagar.
              ¿Casualidad? No lo parece si pensamos en que, cuatro años antes de este suceso, acaeció otro de semejante fuste. Sí, en Murcia. En la pedanía de Puente Tocinos. En este caso el protagonista, ataviado con un chándal del Barça, rayó con muy mala idea 16 coches y, cuando se vio condenado por la Audiencia Provincial, dijo en su descargo que él jamás llevaría semejante chándal, pues era aficionado del Real Madrid de toda la vida de Dios. De nada le valió su alegato, ya que los magistrados lo consideraron “carente de validez por distorsionante”.
      Maltrato de obra, alegato distorsionante… A tales profundidades llega el fútbol cuando se mezcla con la judicatura y las patrias. ¿Son estos asuntos jurídicos? Puede. ¿Tienen que ver con la unidad de España? Siempre. Pero la contumacia, la redundancia y la toponimia dicen otra cosa que raya en la parapsicología.
            Sólo así se podría explicar el papel de la huerta murciana en estos conflictos futbolero-procesales. Volvamos a Puente Tocinos. Nada hay que parezca sospechoso en esta pedanía famosa por sus figuritas de Belén. Nada, salvo que en sus linderos se concentran sitios extraños que avisan de cosas de mayor trascendencia. Es así como aparece un llamativo lugar limítrofe: Llano de Brujas. Y, por si fuera poco el misterio, no es más que una pista para seguir hasta el pueblo vecino: Casillas. Sí. Con  todas las letras. Un pueblo, con nombre de portero del Real Madrid, repoblado tras la Reconquista por catalanes. No se busque más. Esa mezcla imposible lo explica todo.
     He aquí la clave del asunto. Como se dice ahora en la radio, estamos ante un lugar de poder. Tal vez una puerta a la cuarta dimensión que se activa en toda esta comarca de enigmáticas pedanías y, sin remedio, vuelve locos a cuantos pasaban por allí hasta el punto de llevarlos a cometer, manejados por El Maligno, cualquier fechoría en nombre del club de sus amores.


      No hay duda. Casillas tiene la culpa.

El Príncipe de Asturias al vomitorio

Imágenes de La Sexta TV.

    
      Para que ningún culé se enfade he de decir, antes que otra cosa sea, que esto que aquí se ve, podría haber sucedido en otro estadio. Sucedió en el Camp Nou y eso me entristece especialmente porque echa por tierra mi teoría del madridista infiltrado. Quienes sean seguidores del blog conocerán la entrada (¿Quién es ese tipo?).
            Aquel madridista, con una bufanda de su equipo, e incluso con la bandera española, celebrando el gol de Bale que le dio la Copa del Rey al Real Madrid, en medio de la hinchada culé destrozada por esa circunstancia. Intenté encontrarlo por las redes, se le buscó, pero no ha aparecido, que yo sepa. Mientras tanto yo me fui imaginando su historia:
            Un residente en la zona de influencia de Barcelona, en Cornellá por ejemplo, que, con sus vecinos culés, viajó en el mismo autobús a ver la Copa. Allí, juntos, cada uno animaba a sus colores y todos se respetaban. ¡Qué maravilla, dos aficiones enemistadas por los siglos de los siglos y las naciones de las naciones viviendo juntas!

            Pero esto que sucedió ayer, 3 de mayo, en el Camp Nou, destroza ese cuento de hadas. Con solo llevar su camiseta un aficionado del Real Madrid es increpado, luego zarandeado y más tarde expulsado del estadio por las fuerzas de seguridad, junto a un amigo con la camiseta del Barça. Expulsión oficial en toda regla.
Tal vez había motivos. Tal vez. Puede que fuese una provocación. No sé. Lo único cierto es que desmonta, además de mi teoría, todo ese montaje urdido durante las tensiones Barça-Madrid en la época de Mourinho para tener la fiesta tranquila. Me refiero especialmente al premio Príncipe de Asturias, concedido a Iker Casillas y Xavi Hernández, el único caso de dos premiados que repiten galardón (habían sido premiados en 2010 con la Selección española). Se dijo en la justificación que era por simbolizar “los valores de la amistad y el compañerismo, más allá de la máxima rivalidad de sus respectivos equipos”.

            Todo este montaje, muy postizo la verdad, queda delatado en este día. A Xavi Hernández y Casillas les dan el premio Príncipe de Asturias sólo por ser amigos, a estos los vomitan. 
           A pesar de todo, hay cierta grandeza en la imagen final de esas dos camisetas de imposible convivencia abandonando juntas el estadio.


¿Quién es ese tipo?


               Al final Su Majestad llegó. Ni los elementos desatados, ni la preceptiva avería de su avión pudieron impedírselo. Había que estar en Valencia para entregar la vieja copa que su abuelo donara por vez primera. Nobleza obliga; realeza mucho más.
            Llegó para ver el juego simbólico por todos esperado. Imágenes y sonidos que hacían alusión más a las patrias que a los equipos. El Barça jugó fuerte, dicen, intentando usar su segunda equipación, esa de la senyera, para llenar el terreno de juego de banderas que hicieran justicia a las que ya se movían por la mitad de las gradas. No pudo ser, ya que jugaba de local y, por lo tanto se debía a sus tradicionales colores de Basilea.
            Algunos aficionados del Real Madrid siguieron por ahí, enredando con los trapos. Y en las redes cayeron. En las sociales. Dieron la vuelta al cibernético mundo del RT las imágenes de la bandera nazi que algunos oportunistas colgaron, con su última neurona, en la carpa del Madrid.
Foto:@FGARRIGA
            Y luego vino el sonido. La pitada reglamentaria. Como la del 2009. Pero en este caso menor, ya que sólo medio estadio humilló al himno. Para compensar, Messi también lo escupió. Eso sí, fue muy comedido. Acostumbrado como está a vomitar por un quítame allá esa falta, el salivazo a la Marcha Real fue casi un halago. Él sabrá.
Imagen tomada de la retransmisión de RTVE.
            Pero lo mejor estaba por venir. Ese gol del que nada más se puede decir, pero cuya celebración ha dejado una imagen enigmática, paranormal, imposible. A la espalda de Bale, donde un puñado de senyeras animadas lanzaban insultos y alzaban brazos y dedos de gesto afeado. En una esquina donde vivaqueaba toda la infantería de la hinchada culé; en medio de todo, un aficionado del Real Madrid, no sólo sobrevivía, no sólo mostraba su bufanda blanca aunque fuese negra. Para siempre pasará al recuerdo de esa celebración, alegre entre la desesperación, inmortalizando el acontecimiento con su cámara, arropado, nada menos, que por la bandera de España al cuello.
Foto: Alejandro Ruesga para El País.


            Si no era un reflejo o un ectoplasma, díganme ¿quién es ese tipo? Por favor, que alguien me ayude a buscarlo.

Ocho apellidos catalanes

Rafael Nadal en rueda de prensa el 21-IV-2014 .Foto: Banco Sabadell.



Rafael Nadal, tenista legendario, tiene una ceja que va por libre. A su bola. Se dispara en el momento más inesperado alzándose a los cielos y delatando los sentimientos de su propietario, lo quiera él o no. Tiene soberanía propia.
         Esa ceja hizo de las suyas esta semana durante una de la ruedas de prensa de Nadal en la edición del torneo Conde de Godó. Emboscado entre la multitud de periodistas que le preguntaban sobre su estado de forma y las previsiones para la temporada en tierra batida, estaba uno al que se le ocurrió preguntar : ‘’conociendo tu ‘fair play' y sabiendo que no eres anti-nada ¿Puedes explicar por qué eres madridista?"…
         Tras un momento de confusión, la ceja se disparó hasta las más altas cotas de la perplejidad y, con cara de emoticono, Nadal le explicó que no hay nada que explicar, que en un mundo libre cada uno elige lo que quiere, sin fanatismo y que, si el de la pregunta es barcelonista sin preguntas, Nadal es madridista sin respuestas. ‘’S’ha acabat’’, remató Rafael en el catalán por el que transcurría el diálogo.
          Nadal estuvo soberano, pero su inquisidor estuvo más bien soberanista. El fondo de su pregunta pasaba por encima del tenis hasta llegar al fútbol y a la rivalidad más que futbolística de Madrid y Barça. Tenía trastienda, era algo más que aquello de ‘’papá ¿por qué somos del Aleti?’’ Cómo explicar de otra forma que alguien deba dar razón sobre sus gustos, sus creencias o sus opciones. Claro es que la constitución de 1978 ya se ha quedado estrecha, que tal vez haya que sacarle la sisa en todos sus artículos. En todos. Menos en el 14. El que dice aquello de ‘’los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social’’.
         Si estos principios no se respetaran, la veda podría abrirse de forma peligrosa y todo estaría permitido. Uno tendría que explicar en las ruedas de prensa por qué es homosexual, católico, afiliado a UPyD o suscriptor de GARA.
Por cierto, fue el director de GARA el que hizo una crítica demoledora de ‘’Ocho apellidos vascos’’, la película que bate sin tasa las taquillas de toda España. Si seguimos la broma de ese título, puede que el inquisidor de Nadal acabara pidiéndole ocho apellidos catalanes para jugar en el próximo Conde Godó.
Claro que eso sólo se le podría ocurrir a él. La mayoría de aficionados del Barça toleran y entienden. Además estos días no están para nada. La muerte de Tito Vilanova, hombre discreto y educado, puede con todo. Como dijo Nadal al ser sorprendentemente eliminado en este Conde de Godó, "cuando ocurren cosas así todo lo demás importa poco, no te preocupas por un partido de tenis".

         Ni pides más explicaciones.

El Rey no está aforado en Mestalla



 
Final de la Copa del Rey de Fútbol, Mestalla 13-V-2009 (Foto: La Voz Libre).
Ahora que el ministro de Justicia intenta ampliar la categoría de aforados a la Reina y al Príncipe de Asturias, la Agenda de la Casa Real dice que su Majestad presidirá la final de la copa que lleva su nombre. Que volverá al lugar de los hechos. A un sitio donde ni siquiera él, que no precisa de ese privilegio del que disfrutan otros 10.000 españoles, fue inmune al desprecio y a la humillación. Al campo de Mestalla. El único terreno donde se demostró que, por mucho que diga la Constitución, su figura no es inviolable. Donde empezó todo.

Me refiero al final de un pacto no escrito que mantenía a la Familia Real lejos del escrutinio público. Que salvaguardaba su poder, al margen del cuarto poder. Ese final llegó con la final de la copa del fútbol, un 13 de mayo de 2009. Un torneo importante para el monarca, el más antiguo de cuantos se celebran en España, nacido para festejar la coronación de su abuelo Alfonso XIII. Pero esa copa en 2009 se volvió contra el rey. Vascos y catalanes sacaron la patria al césped y pitaron a los símbolos de España. A aquel himno sólo audible en la trucada repetición de RTVE y a la encarnación de la patria grande: al rey de España.

A partir de ahí el desastre. Aquel infausto día de la república de 2012 en que el rey posaba ante un elefante muerto y luego los infinitos paseos de su yerno por los juzgados hasta que su hija, una infanta de España, hizo lo mismo. El viejo campeón de la democracia había perdido parte de su título. Ya no era campeón y, por los muchos achaques, quedaba convertido sólo en un viejo apoyado sobre su bastón.
Agenda oficial de la Casa Real para el 16-IV-2014.


Y aquí vuelve Mestalla. Y este año que el rey marcó como de la reconquista de su viejo prestigio, acaba en 14. Como aquel 1714 en que el recuerdo de una guerra librada para la Sucesión de un antepasado del rey de España, quiere ser convertida desde los poderes catalanes en una guerra de secesión. Nunca una vocal ha cambiado tanto para tantos.

Esa guerra se jugará en el césped, porque ya hace tiempo que al Barça le han dado uniforme en ese ejército. Este año al Real Madrid le darán el traje de España. Lo quiera o no. Es el que le toca, porque no hay guerra que tenga un solo contendiente y hay quien está muy interesado en luchas ante las cámaras y ante el mundo.

Dicen que allí estará el Rey, rodeado de medidores de decibelios ya que, a falta de ley que ampare un plebiscito, Artur Mas se ha encargado de fabricar mil. Y este lo será. Porque la patria del fútbol tiene copa, pero no conoce más rey que la victoria.

Un futbolista al otro lado de la valla






            Sopla el viento en el monte Gurugú. Desde allí se ve Melilla, que ya es Europa sin dejar de ser África. Todos aquellos que malviven bajo plásticos, entre barro y broza, creen que ya han llegado a alguna parte. Son como los hombres de Robin Hood en aquel bosque de Sherwood que Hollywood pusiera a disposición de Errol Flynn, pero en sucio. Y en blanco y negro, que a la película le han dado colorines. Pero en el Monte Gurugú sólo hay un blanco, Jordi Évole, y todo lo demás, incluidas personas, pasado y futuro, es negro.

Como muchos programas de Évole, Al otro lado de la valla trae cola. Y trae fronteras. Aquí llegamos al interés para este blog que trata de fútbol y nacionalismo. Dos ingredientes que aparecieron en carne viva, a tajo de concertina, en el programa.

Esa valla tan famosa es frontera. El fútbol que conocemos, sobre todo ahora, también lo es. Equipos que juegan por patrias viejas o que, como sucede en Cataluña, son el ariete para llegar a patrias nuevas. Pero, tras la valla de Melilla, el fútbol sólo mata el tiempo, sirve para jugar una copa de África low cost. No separa personas, no refuerza nacionalidades. Es esperanza de vida mejor y pasaporte para cruzar alambradas subido a la internacional del balón, mucho más confortable que la cima de una valla o el doble fondo de un automóvil.

Los africanos viven en países cuyas fronteras han sido trazadas por los colonizadores sobre un mapa a golpe de escuadra y cartabón. No les tienen el mismo aprecio que nosotros. Son separaciones artificiales que se empeñan en saltar una y otra vez hasta llegar al Gurugú.

Y allá por la tierra mora, allá por tierra africana, en ese monte que sonó a glorias viejas y ahora suena a vertedero, uno de los testimonios más crudos pertenece a un emigrante de Costa de Marfil. Ha atravesado el desierto y sabe de miseria más que de triunfo, pero busca eso y no otra cosa. Ha saltado tres veces la valla en los cuatro años que lleva en Marruecos. Y lo sigue intentando, a pesar de haber dejado a su hermano pequeño en el intento porque, a falta de visado, tiene “sus manos y sus pies”. Sobre todo sus pies. Es jugador de fútbol. Dice que bueno. Y ese es su verdadero salvoconducto. Su única esperanza: “mi sueño es ser un gran futbolista el día de mañana, para que el mundo entero hable de mí. Mis padres estarán contentos, porque estarán orgullosos de mí".

Parecen declaraciones recogidas a la hora del recreo en el patio de cualquier colegio español… Pero está al otro lado de la valla.