BLAUGRANA AL VENT...SI QUEDA SITIO


Un estelado Camp Nou se enfrenta a la UEFA, 4-XI-2015. Albert Gea, Reuters.
        La vida es chula, dijo Dani Alves vestido de Benzema para la ocasión de celebrar el jalouín. Por supuesto que la vida debe ser muy chula para Dani Alves. Pero no se le ocurra a nadie dudar de la capacidad de observación que un brasileño que quiso ser español tiene sobre la sociedad catalana actual. Es más, creo que da en el clavo al emplear esa frase. Es un eslogan, tomado de la marca Desigual, que retrata mejor que cualquier estudio sociopolítico la situación de Cataluña: es desigual.
            No es lo mismo para los separatistas que para los españoles, es distinta para la CUP que para Convergencia (por mucho que digan), nada que ver para la familia Pujol-Ferrusola y el resto del universo mundo y, al fin, es diferente para Mas que para Oriol Junqueras, mudo y afanado en barrer los restos de Convergencia usando a la CUP de fregona. Ahora bien, si hay un sitio donde todo parece ser igual es el Camp Nou. Lugar de acuerdo y de unanimidades a la búlgara, en especial para protestas por determinadas causas políticas.
            En el mítico campo azulgrana últimamente se pita al unísono lo español y se tremola al viento todo aquello que represente a la nación catalana. Hay quien se sorprende. ¿Acaso no había sido siempre así? Al menos desde el crepúsculo del franquismo el Camp Nou, a cara limpia o de tapadillo, se había convertido en el lugar para manifestar la oposición al régimen y a todo lo que suponía.  Sus paredes eran lienzo para las pintadas con lemas nacionalistas, parecidos a los que circulaban en las octavillas que empezaban a cambiar de mano durante los partidos. Ser más que un club tenía estas cosas. Y estas servidumbres. Tu casa ya no es sólo tu casa. Tu campo ya no es sólo tu campo. Es el lugar para hacer visible la patria y protestar muy alto para que todo el mundo se entere.
            Eso, durante el franquismo, tenía sus razones. Pocos lugares como ese gran estadio para concentrar la rabia y la censura sin levantar sospechas. Una manifestación inmóvil que marchaba cada quince días protegida por el fútbol a salvo de venganzas. Era una dictadura, ya se sabe.
            Pero ha pasado mucha agua (de Canaletas) bajo el puente. La sociedad española ya es otra. Y los catalanes, y el resto de españoles, tienen todo tipo de recursos para hacerse oír, alto y claro. Incluso hay algunos, como el presidente Mas, que tienen todo el poder en sus manos para hacerlo. Me refiero al cuarto poder. El Barça, a estas alturas, no es necesario para aquellas misiones salvo que, como sucede en estos días, haya prisa. Se necesite correr y engrasar el "proces" con todo tipo de ungüentos y lubricantes.
       Lo escribió en El País Ignacio Martín Blanco. Los independentistas van de farol. Se lo han colado incluso a su propio electorado y necesitan “actos de soberanía”, la imagen de que el Parlament ya actúa como si fuera de facto independiente de la legalidad española, con el objetivo de forzar la mediación internacional para resolver el “contencioso entre Cataluña y España”. Imagen. Y, para eso, el Barça, el Camp Nou, vuelven a ser necesarios. Si se trata de proyectar al mundo un mensaje es el mejor altavoz.
Voluntario repartiendo esteladas. Albert Gea, Reuters.
            Y así se preparó el partido de ayer contra el Bate Borisov, con reparto de banderitas gratuitas y a lo grande. Lo más parecido al Bernabéu en un Primero de mayo del Caudillo, sólo que este palco estaba ocupado, en un partido intrascendente, por el President de la Generalitat, Artur Mas, el conseller de la presidència Francesc Homs, el conseller de Cultura Ferran Mascarell y también el líder de Esquerra, Oriol Junqueras. Y el campo entero pidiendo respeto a la vez que pitaba el himno de la UEFA. Un acto tan institucional a estas alturas, me refiero a lo de la bronca y los pitos, que debe ser una forma de mostrar respeto. Libertad de expresión.
            La misma libertad que usó el grupo de socios "Blaugrana al vent" para pedirle al presidente del Barça que no permitiera el reparto de las 30.000 esteladas. Dicen que el Camp Nou no es un manifestódromo, que no está para actos políticos. Pero se equivocan. Cataluña está regida por los separatistas y, vayan o no de farol, su guerra es la imagen y la quieren ganar a toda costa. Y el Camp Nou es su IMAX universal. En Cataluña sólo hay sitio para las manifestaciones de unos, aunque no sean mayoría. Aunque la bandera que deba lanzarse al vent del Barça no sea la blaugrana del himno.

           Ha cambiado el pendón que hermana a los culés. En el Camp Nou sólo hay vent para tremolar estelades.

ALLONS ENFANTS DE LA MASÍE

Manuel Valls caricaturizado en la portada de Libération por llevar a su familia a la final de la Champions
 en avión oficial.
   Paso a paso, y ahora a grandes zancadas, el problema de Cataluña ha llegado a donde nunca debió llegar. Sin darnos cuenta ha dado el estirón y se ha convertido en todo un "procés", quien lo ha visto y quién lo ve, que no cabe en la ropa del año pasado; tan respondón y desafiante que es necesario hacerle frente, aunque parezca que nadie se atreve con él.
   Las aguas se han revuelto y, de esa turbiedad, sólo sacan beneficio quienes han decidido hacer de su capa un sayo e imponer su visión del mundo al resto. Al resto de Cataluña y al resto de España. Poco importan las leyes, las convenciones y el derecho.    Hace un año, quienes se consideraban con energía suficiente, querían asaltar los cielos y ahora, los separatistas catalanes (eso ya no es una exageración) están dispuestos a bajar a los infiernos si hiciera falta, pero sin rendir cuentas a nadie.
    Los representantes del Estado español en Cataluña se han servido de los sueldos que paga ese Estado y de las instituciones que lo sostienen para dinamitarlo después de dejar paso franco a los artificieros, colaboradores necesarios en la voladura.
    La paradoja de ese "entrismo" es de gran calibre: los representantes de las instituciones elegidas según las leyes del Estado español, se consideran legitimados, por esas mismas leyes que los han hecho representantes, para abolirlas, sustituyéndolas por otras nuevas. Una de dos: si esas leyes no valen en Cataluña las cortes catalanas recién elegidas no sirven ni siquiera para negar la leyes españolas, si es que esas leyes sí valen para nombrar diputados, esos mismos diputados no pueden negarlas, ya que se estarían negando a sí mismos.
    Venenoso bucle. Después de todo, "El proceso", antes que experimento catalán fue novela de Kafka, que parece el guionista de esta situación.
    No valen argumentos para confrontar con los mitos nacionalistas. No vamos a perder el tiempo en buscarlos, sólo vamos a situarnos en este tenso presente en el que el parlamento catalán vota para impulsar el camino hacia una república independiente. Y resulta que, al primer ministro francés, antiguo catalán y eterno culé, le da por comentar a un periodista que estaría encantado de darle cuartel al Barça en la liga de fútbol francesa.
    Lo de Manuel Valls, que puede ser sólo una anécdota, pone en evidencia algo más profundo. Ya se ve que hay quien, fuera de Cataluña, fuera de España, se empieza a creer lo de la independencia catalana. En todo este proceso siempre ha habido algún futbolista, algún estadio lleno de esteladas o de pitos, alguna UEFA malvada o algún presidente paladín de la libertad de expresión, para hacerlo más visible. Y, al final, siempre llegamos al Barça.
    Es más que un club, sin duda. Pero lo es por simbolizar a Cataluña dentro de España y contra sus valores, que ellos han dado en identificar con el eterno rival. Ese centralista y perverso Real Madrid. Fuera de España, perdería todo el sentido. Sería sólo un club, como los demás. La nada.
    Al pragmático Valls puede que le viniera bien el cambio. Su alma culé se lo estará demandando y, a la tradición francesa, inventora de la legión extranjera, tampoco le iría mal. No sabe uno cuando va a ser necesario echar mano de una buena tropa de mamelucos contra las hordas españolas. Cosa distinta es que a Francia, país centralista a rabiar, le venga bien el ejemplo de Cataluña y el patinazo de su primer ministro.
Tira de Neto para El Comercio, 27-X-2015.
    Tampoco creo que le venga bien al Barça, pero sí a los que lo instrumentalizan desde hace años, y ahora más que nunca, para aventar el proceso a los cuatro vientos. Para que no se hable del tres por ciento, para que no se diga lo de la corrupción y la inacción del gobierno, para que no se comente la unión política entre izquierda radical y derecha clerical, para que no se sepa que, como España no tiene brazos, otros robaron en su lugar. Para que sólo se hable de independencia. Como si de eso comieran los catalanes en medio de una crisis feroz.
    Sólo a esos que utilizan el fútbol para otros menesteres les viene bien. Y, tal vez, a la famiglia, Pujol-Ferrusola, cuyos miembros hace tiempo que juegan en la liga andorrana, con incursiones en la Suiza (tan querida para el Barça) y tal vez en otras. Ellos lo tienen fácil. Sólo con la familia se podría hacer una alineación del Barça de fútbol, incorporando nada más que un par de extracomunitarios (dinero para fichajes no iba a faltar). Y, si se opta por el fútbol sala, balonmano, o baloncesto, hasta podrían tener jugadores reservas sin salir de casa. Incluso podrían fichar, de entrenador, a un vicepresidente azulgrana, que con ellos se relaciona.

    A esos padres de la patria tan poco ejemplares, que la están alumbrando para su propio beneficio, les vendría bien el cambio, al resto de la patria no. 

BANDERITA TU ERES ROJA

Pedro Sánchez habla delante de una gran bandera de España tras ser ratificado candidato del PSOE a las elecciones generales. Foto: Reuters

      Se tuvo que morir Marujita Díaz, famosa por exaltar la bandera con el pasodoble de la ínfima zarzuela "Las Corsarias", para que, en un país tan extraño como España, sus representantes políticos empezasen a defender la bandera oficial. En esto consiste una de las diferencias que vende España en Fitur: sus representantes políticos temen mostrar pública adhesión a los símbolos de su país o incluso mencionar su nombre. No pasa en ningún otro destino turístico del mundo. Merece la pena venir a ver esto.
      La cosa tiene viejas raíces. La Transición, alabada durante cuatro décadas, se hizo negando el universo simbólico español (bandera, himno, fiestas) que parecía propio del franquismo. Los nacionalismos periféricos, por antiespañoles, impusieron su discurso, la derecha no quería identificarse con los tiempos pasados y la izquierda, por antifranquista, asumió el discurso nacionalista mucho más allá de lo previsto por su ideología. El PSOE del congreso de octubre de 1974 afirmaba que “la definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas". El Partido Comunista en su “Manifiesto-Programa” de septiembre de 1975, sostenía “el carácter multinacional del Estado español y el derecho de autodeterminación para Cataluña, Euskadi y Galicia, garantizando el ejercicio efectivo de ese derecho por los pueblos”.
      Y entonces, izquierda, derecha, centro y periferia decidieron que España no existiese, ya que no existe lo que no se nombra o no se ve. La bandera española pasó a ser un símbolo de tiempos oscuros, acatada de mala gana como símbolo sólo de unos. Así se generalizó, también, aquello de usar “este país” o “el Estado español” para referirse a España. Era la forma de quitarle el significado nacional a España. De no mencionarla. Sólo era una construcción política, no una nación.
      Ha pasado mucho tiempo. Ahora, ante la contundente presión nacionalista hacia la autodeterminación, la izquierda se da cuenta de que España también existe y de que hay que visibilizarla y hasta nombrarla para ganar votos. Y Pedro Sánchez se cae del caballo del PSOE delante de una gigante y muy constitucional bandera española, dándose cuenta de que esa banderita, mire usted por donde, también es roja.
      Pero, paradojas, resulta que la Transición también se cae de los altares. El movimiento Podemos impone ahora el discurso del "régimen del 78" y sus líderes de "la casta". Y cala. Presumen de nuevo patriotismo, pero no dejan de usar las viejas expresiones, diciendo "este país" unas cincuenta veces por minuto. Parece ser que "ese país" es lo único que se salva de la Transición. Un país que, como hace más de tres décadas, no es España.
Joan Laporta censura a la UEFA ante el expediente abierto al Barça por las esteladas de la final de la Champions. Foto: PúblicoTV.

      Y, en medio del enésimo jaleo por las banderas, los símbolos y las denominaciones nacionales, el fútbol aparece como casi siempre, para enredar el asunto de la patria. Vuelve Joan Laporta desde la tumba de la política para demostrar que, como mejor se promociona el nacionalismo catalán, es desde la poltrona del Barça. Y resulta que a la UEFA le da por ponerle micro, amplificador y coros. Su expediente al Barça por las esteladas de la final de la Champions es la mejor campaña a la que podría aspirar el ahora pretendiente a gobernar el Barcelona. Ya ha conseguido volver el asunto a su favor: "el que quiera esteladas en el campo, que me vote".
      La UEFA, sin duda con nobles y reglamentarios fines, pretende alejar el fútbol de la política, pero añade más leña y más política a la hoguera nacional-futbolera que siempre da lumbre a España y que, en las grandes ocasiones, se convierte en incendio.
      Así sucedió en esa final de la Champions o en la última final de la Copa del Rey. Otra vez. Allí, a los símbolos de España se les puso música, de viento, y ahora se les añaden las estrellas, de la estelada. Ambas cosas que, estando prohibidas, ganarán, seguro, más defensores. Vuelve a ser la España de Marujita Díaz que, en lejanas tardes de televisión, presentaba el programa "Música y Estrellas" repasando lo mejor de la revista.
Marujita Díaz canta "La Banderita" en la película "Y después del cuplé" (1959).


      Laporta, la UEFA, el fútbol, Pedro Sánchez y, sobre todo, las banderas.... Toda una antología de la revista nacional. Si Marujita levantara la cabeza los ojos le volverían a hacer chiribitas, como sólo a ella le hacían.

EL SILBO NACIONAL

Iniciativa, dentro de Change.org, para que se suspenda la final de la Copa del Rey si se pitara el himno español.

Ya está aquí la Copa del Rey. Y ya están, otra vez, el F.C. Barcelona y Athletic de Bilbao en la final. Y ya está aquí el asunto de la pitada al himno español. Raca, Raca, que diría Peridis.
Los ejemplos de cómo el fútbol y la política confluyen son legión, pero éste, sin duda, es el más claro de todos. La Copa es el Campeonato de España, nació en la mayoría de edad de Alfonso XIII y, desde entonces, esa copa la dona el Rey. Es, como el propio rey, un símbolo político. De Estado.
Sólo quien pensara que esto era deporte puede estar sorprendido por lo que está pasando. Centro y periferia, nacionalismos todos, nuevamente enfrentados. De fondo, el barullo legal en que está metido el Barcelona, cuyo presidente ha decidido buscar también una explicación política a la situación procesal: hace 115 años que el club sufre persecución por catalanista. Es, más o menos, el “España nos roba”, cuando quien roba no es España. Dará más pulmones a la pitada.
Lo mismo que ha hecho, en la trinchera contraria, Esperanza Aguirre, quien se ha despedido de sus colaboraciones periodísticas antes de la campaña a la alcaldía de Madrid, con una columna en la que pide que se suspenda el partido si hay pitada. “El Rey y el Himno no valen por ser el Rey y el Himno, sino porque nos representan a todos”, dice Aguirre. A esa solución no parece hacerle ascos Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional (que no organiza el trofeo, claro) y que ha provocado incluso la aparición de una plataforma electrónica de apoyo a la medida (ya pasan de 30.000 las firmas y se buscan 50.000).
Desde este blog, siempre ofreciendo alternativas de convivencia, no queremos que la sangre llegue al río y proponemos, como en el caso de la consulta catalana, una solución de compromiso. Cada vez que el Barcelona y el Atlhetic lleguen a la final de la Copa del Rey, la pitada al himno sería considerada un episodio más, inserto en el protocolo de la celebración. Una especie de himno al himno, con la peculiaridad de estar interpretado por los propios asistentes a la ceremonia, que se convertirían así en partícipes de la misma, en idéntica medida que sus Majestades o los propios deportistas.
Sería un caso de comunión máxima entre política, deporte y cultura. Asumido que ya se han mezclado, especialmente en el caso de fútbol y política, estamos hablando de verdadera participación ciudadana, sin castas, trampas, dobles contabilidades ni tarjetas black. Esta iniciativa de regeneración podría, incluso, ir en los programas electorales de las próximas elecciones. ¿Acaso no es transparencia y libertad de expresión?
Es más, si la cosa cuajara, podría solicitarse una declaración de patrimonio de la humanidad a la UNESCO. Patrimonio cultural inmaterial. Ningún país del mundo posee una tradición como ésta. Ni la tendrá jamás. Hay que protegerla, no se vaya a extinguir.
 No parece solución descabellada, sería algo así como el silbo canario, un lenguaje silbado que se emplea también en ceremonias, incluso religiosas. El paralelismo es absoluto, pero con grandes ventajas para nuestra propuesta. A saber:
1.      Un universo muy superior. Actualmente el silbo canario sólo se practica en La Gomera. Su universo de silbantes es, siendo optimista, de 22.000 almas. En una final de la Copa del Rey de fútbol pueden llegar a ser 80.000 o 100.000 (como en este caso que se hará en el Camp Nou en alarde de neutralidad y previsión).
2.      Facilidad de aprendizaje. No hace falta diferenciar entre silbidos vocales o consonantes. El mensaje es tan corto que todo el mundo lo entiende. A la primera.
3.      Economías de escala. La medida puede aplicarse, con la misma inversión, al baloncesto o incluso a deportes minoritarios, siempre que requieran presencia del Jefe del Estado.


En fin, es una solución. Si les parece bien, aplaudan. Si es lo contrario, silben. No se corten.